Hace tres años, Florentino Pérez lanzaba un órdago
definitivo para terminar con la hegemonía del Barcelona fichando a José
Mourinho. Era el mejor entrenador del mundo, avalado por un palmarés
espectacular pero el presidente blanco sabía que el portugués no vendría solo
sino que traía detrás un séquito formado por un ansia de poder desmesurada, un
ego inabordable y una capacidad innata para generar una polémica tras otra.
El fin de la supremacía azulgrana lo ha conseguido a medias
ganando el campeonato liguero la pasada temporada, sin embargo el daño
colateral está siendo demasiado importante, la autodestrucción del equipo y de
la imagen institucional del club. Cuando los resultados acompañaban se iban
solapando los problemas internos y se justificaban las excentricidades del
entrenador pero en esta temporada, con el equipo a trece puntos del líder, el
vestuario se ha convertido en un polvorín y buena parte de la masa social ha
estallado provocando una división de la afición no recordada en Chamartín.
Pero Mourinho está haciendo bastante poco por reconducir el
rumbo de un equipo camino de la autodestrucción, porque él no entiende que en
la vida no siempre se gana, por eso se empeña en inventar conspiraciones en su
contra y en buscar los culpables de sus malos resultados (las tres ovejas
negras de su vestuario, los árbitros, la UEFA, la Federación, la Liga de Fútbol
Profesional, los “pseudomadridistas” y la prensa), aunque para ello tenga que
recurrir a técnicas más propias de la Camorra, como el sábado pasado con el
periodista Antón Meana.
A Mourinho sólo lo salvaría ahora el conseguir la Décima
pero el madridismo debe preguntarse si todo el daño que se ha hecho a la imagen
del club habrá merecido la pena.
Foto: lainformación.com
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