Este 11 de septiembre ha terminado la edición 2016 de la
Vuelta a España, en la que Nairo Quintana se ha llevado la victoria gracias a
la gran etapa de Formigal, donde Alberto Contador y el equipo Movistar
asestaron un duro golpe a Chris Froome y al Sky.
Podría hablarse de ese gran día de ciclismo o del duelo
Quintana-Froome, que todo el mundo esperaba en el Tour de Francia y que
finalmente ha tenido lugar en las carreteras españolas. Sin embargo, La Vuelta
ha estado rodeada por la polémica. Uno de las cosas que más ha dado que hablar
es el abuso de los llamados muros, esas subidas cortas pero empinadísimas que
se han convertido ya en tradición en la carrera que dirige Javier Guillén.
Lo cierto es que ya antes habían aparecido muchas críticas
por el frecuente uso de estas subidas, aunque entonces solo venían de cierto
sector de la afición. Pero ahora estas voces discordantes llegan desde el
pelotón. David López, del Sky, dijo que algunos ciclistas estaban deseando que
terminase La Vuelta para no volver, Contador señaló que tantas ascensiones de
este tipo eran “demasiado” y otros corredores también se han mostrado en contra
de los muros.
Cuando La Vuelta comenzó a usar estas ascensiones se vieron
como una atractiva novedad, pero su abuso en los últimos años (en 2016 tuvimos
Ézaro, La Camperona, Peña Cabarga, Mas de la Costa…) las ha convertido en
insufribles. Además, las diferencias entre los favoritos en estas subidas son
mínimas, por lo que sirven más bien de poco.
Así las cosas, a pesar de que las audiencias han sido
buenas, quizá ha llegado el momento de que La Vuelta dé un giro en la
configuración de sus recorridos. Algún muro en cada edición está bien, abusar
de ellos es demasiado. Una ronda de tres semanas debe tener variedad (finales
en alto, sprints, bajadas, media montaña, puertos de paso…) y la geografía
española, afortunadamente, lo permite.
Foto: El País